También a la luz de esta perspectiva transaccional, propia de la Psicología, han de ser tamizadas las importantes aportaciones actuales de las neurociencias. Los problemas psicológicos no son emanaciones del cerebro, pero, como es obvio, sin cerebro, y sin los sistemas neuroendocrinos que lo vinculan con el resto del cuerpo, no hay comportamiento ni problema de comportamiento.
Sin biología no hay biografía. Negar que los delirios sean “secreciones” cerebrales, como quería Vallejo-Nágera, no equivale a negar que los procesos neurofisiológicos intervienen en los delirios. Éstos y otros muchos procesos fisiológicos, bioquímicos, celulares y genéticos son la base estructural de la biografía personal y están siempre implicados, como condición necesaria, como copartícipes que habilitan (Rose, 2008) las transacciones.
Las experiencias vitales son, pues, auténticas experiencias biográficas psicofisiológicas, bioconductuales, al tiempo que son también contextuales y transaccionales. Pero, los fenómenos fisiológicos no son suficientes para que se produzca un comportamiento. La biología no es la biografía. Para ello, es preciso que se produzcan las transacciones que penetran la biología y fecundan su plasticidad.
La actual investigación en el campo de las neurociencias y de la biología molecular está haciendo aportaciones significativas al conocimiento de los fenómenos neurofisiológicos, vasculares y moleculares que son correlatos estructurales en los delirios, en las alucinaciones, en las experiencias de estrés, en la depresión, y en todo comportamiento humano. Pero esas investigaciones, por sí solas, no aumentarán nuestro conocimiento acerca de cómo se aprende el lenguaje o cómo se construyen las experiencias de estrés, las alucinaciones o los delirios.
No encontrarán en los circuitos neuronales conductas prefabricadas, ni ningún “homúnculo” que las produjera, ni ningún “fantasma en la máquina” (Ryle, 2005), porque no están allí su sede y su causa, porque la neurotransmisión y el flujo vascular cerebral no son la conducta ni la “causa eficiente” de la conducta, ni la causa de la experiencia problemática, porque “en el cerebro no hay ningún lugar donde la neurofisiología se convierta misteriosamente en psicología” (Rose, 2008:186).